Quienes somos

¿QUIÉNES SOMOS?

La congregación de las Hijas de la Cruz nace en Francia después de la Revolución francesa. El panorama de un país después de una guerra es desolador, nada queda en pie, es una ruina total en todos los niveles, la guerra lo arrasa todo. Así, Andrés Humberto Fournet encuentra su país cuando regresa de España, (Navarra), donde tuvo que exiliarse durante cinco años: hambre y pobreza de todo tipo, falta de escuelas, carencia de sacerdotes… La religión parecía muerta en todas partes. Muerta en la sociedad y hasta en el fondo de las conciencias. ¿Qué hacer ante semejante desastre? El Espíritu lo empuja a responder a las necesidades más urgentes… y siempre infatigable, no se amedrenta; suscita generosidad, anima a la lucha y, como profeta sin miedo, emprende el camino y comienza a reconstruir.

CÓMO Y CON QUIÉN

Los Marsyllis, donde se conocieron los Fundadores en la misa clandestina.

En sus misas clandestinas el Padre Andrés conoció a una joven, Juana Isabel Bichier des Ages, que, inquieta y dedicada como él, ya había comenzado a reunir en su casa colonos y vecinos para el rezo de cada día, dado que su párroco se había adherido juramento de la Constitución del Clero y había perdido la confianza de sus parroquianos. Por su cuenta visitaba a los enfermos, catequizaba, acompañaba a los agonizantes… No en vano, había escrito: «Llevo en serio el compromiso de mi bautismo». A ella, cuyas cualidades y abnegación conoce bien, el P. Andrés se dirige a la misión que Dios les quiere confiar.

Sin embargo, Juana Isabel tenía sed de una vida «retirada y austera», aspiraba a la vida contemplativa. Allí se preparaba para la nueva vida religiosa, cuando el Padre, ansioso por la situación le escribe:

«¿En qué estás pensando, hija mía, prolongando tu permanencia en esa casa de paz? Apresúrate a venir aquí, Dios la llama al combate; hay muchos niños que no conocen los primeros principios de la religión y no tienen a nadie para instruirlos; hay muchos pacientes extendidos en sus lechos sin que nadie los atiendan y los consuelen. Venga a cuidar de ellos, venga a prepararlos para morir.»

¿Lo que Dios espera de ella…? ¿Y por qué Juana Isabel iba a dudar si es siempre Dios quien llama?

«Yo vi que era la voz del cielo ya pesar de sentir un gran deseo de una vida más retirada y más austera, me dejé conducir por este santo hombre», dirá más tarde.

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