Ocurrió en 1820; por orden de Mons. De Bouillé, obispo de Poitiers, la comunidad de las Hijas de la Cruz abandonó la parroquia de Maillé para establecerse permanentemente en La Puye, en un antiguo monasterio de la orden de Fontevraud, que la Superiora había adquirido.
El 25 de mayo fue el día elegido para el traslado. Antes de salir celebramos la misa, en la iglesia de Maillé, en la que participaron las Hermanas.
Luego salió la procesión de la iglesia de Maillé entre 9 y 10 de la mañana. Se veía al frente a una hermana que llevaba una gran cruz de madera, que era como el estandarte de la congregación; le seguían unas 60 Hijas de la Cruz, caminando de dos en dos y cantando himnos.
A la vista de esto, los habitantes de Maillé, reunidos a la puerta de la iglesia, guardaban un silencio sombrío. Estaban conmovidos de estupor sin haberse podido imaginar hasta entonces que tenían que perder de hecho esta comunidad que habían visto surgir y crecer en medio de ellos, con una alegría mezclada de orgullo. A pesar de tantos anuncios y preparativos, la marcha de las hermanas constituía todavía para ellos una fuente de sorpresa. Pero cuando vieron aparecer al buen Padre, llevando la reliquia de la vera cruz, entonces las lágrimas brotaron de todos los ojos. Llenos de tristeza, algunos regresaron a sus hogares, para no ser testigos de su partida, pero otros prefirieron acompañarlo durante todo el viaje.
Cuando habíamos cruzado parte de las tierras de Maillé, vimos a lo lejos a los habitantes de La Puye, precedidos por su párroco, con la cruz y el estandarte, que llegaban al frente de la procesión cantando salmos y himnos.

El encuentro entre las dos procesiones ocurrió en la división del camino de La Puye con el de la antigua capilla de Saint-Bonifet. El padre Fournet se dirigió a sus antiguos feligreses con una exhortación final, que concluyó dándoles la bendición con la reliquia de la vera cruz. Entonces los feligreses de Maillé regresaron a casa.
Llegamos muy tarde a La Puye. Y al llegar, el buen Padre cantó una misa solemne y anunció la Palabra de Dios a sus nuevos feligreses. Eran las 2:00 am cuando la gente salió de la iglesia. El alcalde y los habitantes principales esperaban que el buen padre encendiera la hoguera que habían erigido en la plaza, pero el buen padre quería que este honor fuera otorgado a la Superiora. Sor Isabel por tanto, fue a recibir testimonios de alegría pública.
Durante ese tiempo, el Buen Padre le rogaba a nuestro Señor que continuara otorgando su bendición a esta labor que había emprendido sólo para su gloria.
(Deodata página 223 y siguientes escritas por la postulante María)
